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La integración regional como modelo de desarrollo: alternativas para potenciar las relaciones comerciales entre Argentina y Brasil

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Entrevista a Pablo Nemiña

Pablo Nemiña es Licenciado en Sociología y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como investigador de CONICET en UNSAM y FLACSO. En sus investigaciones más recientes, se ha especializado en el impacto de la deuda externa en la economía y la sociedad argentina, así como también en las transformaciones de la economía política en las finanzas internacionales.
Esta entrevista surge de un ciclo realizado durante el primer semestre del año, con el objetivo de abordar problemáticas de relevancia política, económica y social que permitan enriquecer los espacios de debate locales y pensar el desarrollo para y desde la provincia, con aportes de diversos especialistas. Desde la experiencia de nuestro entrevistado en relaciones internacionales y el rol de las instituciones, charlamos con él sobre las posibilidades de construcción de una “moneda binacional” y las relaciones comerciales con Brasil, una temática recurrente en los espacios de discusión actuales. Desde la Escuela de Gobierno, nos parece una oportunidad interesante para abonar a esta discusión, en el marco del reciente viaje presidencial a Brasil y las repercusiones que trajo aparejadas.

– Teniendo en cuenta la situación macroeconómica actual, que presenta, entre otras aristas, la escasez de divisas y un alto nivel de endeudamiento -externo, fundamentalmente-, y considerando la relevancia de Brasil como socio comercial, nos gustaría conocer tu opinión sobre esta idea que cobró relevancia dentro del Ejecutivo nacional, de trabajar en la creación de una moneda binacional para reglar/favorecer el comercio con Brasil.

Bueno, ahí me parece que hay que distinguir dos cuestiones. La cuestión de la moneda pública y la cuestión del endeudamiento. Que están vinculadas, pero que hay que hacer un trabajo de construcción.

Vamos a empezar por lo segundo, el endeudamiento. Cuando se habla de deuda externa, se puede realizar una primera distinción en cuanto a los acreedores: acreedores bilaterales (de Estado a Estado), multilaterales (como pueden ser el Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, Fondo Monetario Internacional, o el Banco de Desarrollo de América Latina, entre otros), o bien con acreedores privados. Argentina es un país que viene de un ciclo -el del gobierno de Cambiemos- de alto endeudamiento. Entre 2016-2019, diría que sucedió el tercer ciclo histórico de endeudamiento de la Argentina.

Fue un periodo muy violento, con un crecimiento muy rápido del endeudamiento público-provincial. Por cierto, fue la primera vez que la provincia de Chaco, por ejemplo, emitió deuda en los mercados internacionales de capitales. Sumado a ello, se expandió la deuda privada, de las empresas. Eso hizo que se disparara la deuda externa. Durante dos años, en 2016-2017, se resuelve el conflicto con los fondos buitre, generando una aceleración del endeudamientog y por consiguiente, en 2018 se cierra el acceso a los mercados de capitales. Entonces, el presidente Macri decide suscribir un acuerdo con el FMI.

Yo creo que fue una muy mala decisión en términos de política económica, porque implicó un fuertísimo condicionamiento de la política económica futura. Muchas de las limitaciones y los desafíos que están en primera línea hoy tienen que ver con resolver y enfrentar las consecuencias de esa pésima decisión que fue volver al Fondo [Monetario] y además, ¿para qué volver?, considerando que buena parte de los recursos obtenidos a través del acuerdo con el FMI -extraordinario, históricamente excepcional-, fueron para financiar la fuga de capitales. Una parte se fue a pagar la deuda, aproximadamente la mitad. Estamos, podría decirse, ante el caso típico de profundización de la restricción externa: aumentás tu endeudamiento en moneda dura, financiás la fuga de capitales en lugar de utilizar esos recursos para mejorar las capacidades productivas, cercenando las posibilidades de repago de las obligaciones.

Ese es el principal desafío que enfrentó el gobierno de Alberto Fernández cuando inició su gestión y delineó las acciones iniciales de este gobierno. Primero reestructuró la deuda con los actores privados, en 2020, y después se encargó de la suscripción de un nuevo acuerdo de refinanciamiento con el Fondo. En este sentido, es importante recalcar que hubo un nuevo acuerdo, porque con el Fondo Monetario no se reestructuran deudas, se las refinancian. Los escasísimos casos de reestructuración unilateral son muy costosos en términos económicos y políticos. Se hizo un refinanciamiento total, un acuerdo que calza los nuevos desembolsos con vencimientos viejos. Si bien en la reestructuración Alberto [Fernández] partió y oxígeno los vencimientos más importantes, el incremento de la deuda es muy elevado.

Es importante dejar en claro esto, porque un país con endeudamiento alto en moneda dura tiene una presión permanente sobre sus reservas. Porque a la tendencia crónica de la restricción externa, se suma que la dinámica del crecimiento argentino es dependiente de divisas. Digo, a la persistente falta de reservas -las necesidades de la industria local provocan que se importe más de lo que se exporta-, se suma una nueva vía de presión sobre las reservas, que es el pago de deuda. Cuando faltan dólares, se limita la posibilidad de importar, por ende, se limita la posibilidad de crecer. En suma, se produce un círculo vicioso.

– Es interesante esto del círculo vicioso, porque vincula el problema de la deuda con los problemas de comercio exterior, y desde allí podría explicarse en cierta medida esta necesidad de plantear nuevos mecanismos de intercambio con Brasil, por ejemplo, considerando su relevancia en el comercio exterior para nuestro país, ¿verdad?

Exacto. Un ejemplo concreto es Brasil, y la profundidad del vínculo comercial. Es decir, el alto endeudamiento te lleva a una limitación de la capacidad importadora de Argentina y esto, a su vez, impacta en la producción brasileña destinada a la industria, concretamente, de los insumos que necesita Argentina. Por ende, acá hay un encuentro, hay un interés mutuo, el interés de Argentina por sostener el proceso de producción basado en la industrialización, y el interés de Brasil por sostener la producción, los canales que alimentan las industrias destinadas a nuestro país.

Para que esas dos cosas sucedan, ¿qué hace falta? Que Argentina tenga más medios de pago internacionales, que permitan hacer importaciones. Una de las soluciones posibles es que Argentina y Brasil encuentren un sustituto al dólar que pueda facilitar el comercio. Es ahí, creo yo, donde puede encontrarse una motivación para avanzar en un proyecto de moneda única. Claro, las motivaciones son muchas e implican un alto grado de cooperación internacional.

– Esta última frase genera otra interrogante: ¿qué rol cumplen las instituciones en este sentido? Entendiendo que se necesita cierta articulación para crear un medio de pago bilateral, más allá de las motivaciones económicas y productivas.

Por supuesto. Es fundamental considerar a las instituciones, para generar respaldo en cualquier instrumento que se genere, y para mantener la dinámica de estos procesos. Yendo al instrumento en particular, vale introducir una precisión, que es: cuando hablamos de moneda, la moneda puede referir a unidad de cuenta o medio de intercambio, que son las dos funciones principales en la transacción. Es decir, asignar precios, y por ende equivalencias: “esto vale 10 dólares”. Entonces, todos los participantes del mercado igualan sus precios en términos de un equivalente. Y por otro lado, medio de intercambio, medio de pago, que es la institución o el instrumento que se utiliza para el intercambio en sí.

Yo entiendo que la iniciativa apunta a que haya una moneda común como unidad de cuenta, no como medio de pago. Si fuera medio de pago, eso requiere un nivel de integración económica, en especial financiera, mucho más fuerte. Sin embargo, si lo hiciéramos hoy, traería aparejados varios inconvenientes, especialmente para la economía argentina, básicamente porque está más endeudada que la brasilera. Es decir, Argentina tiene un riesgo financiero más alto, y un nivel de productividad un poco más bajo. Es decir, un medio de pago común presentaría una exigencia más alta: un aumento de la productividad en la Argentina para acoplarse a Brasil, lo que a su vez tiene un costo salarial y productivo. En suma, esta medida podría implicar un deterioro en la calidad de vida de los trabajadores. Además, si no se logra acoplar, la forma de compensar esa diferencia de productividad suele ser la toma de más deuda por parte del país menos productivo con el más productivo: otra vez, Argentina con Brasil.

– Una moneda que sirva como unidad de cuenta, ¿qué costos y beneficios podría traer aparejados?

Bueno, esa opción a mi juicio es más interesante por varios motivos. El primero, el más difícil, reducir la necesidad de tener reservas en el Banco Central, y/o de usar dólares para financiar el comercio. Imaginemos que tenés una unidad de cuenta, algo similar a lo que propuso Keynes en el año 44/45, cuando se creó el Fondo Monetario y el Banco Mundial. Entonces:

Tenemos el país A y el país B: Argentina, Brasil. Argentina exporta harina a Brasil, Brasil exporta autopartes. Argentina exporta harina por un millón de dólares, y Brasil exporta autos por un millón doscientos mil dólares. Hoy existe el sistema de moneda local, que se usa en forma limitada, pero vamos a hacer una operación típica que es: para la exportación de harina de Argentina a Brasil, necesitamos que los importadores brasileros tengan un millón de dólares para el pago, o que se los financie el banco. Ahora, para que haya una importación de autopartes hacia la Argentina, necesitamos que los importadores argentinos tengan ese millón doscientos mil dólares para pagar. Allí comienzan restricciones, por lo que ya charlamos, el bajo nivel de reservas. Como tenemos pocos dólares, algunas veces se crean cuellos de disponibilidad. Eso puede ocasionar que falten en tiempo y forma, lo cual tiene una doble implicancia: por un lado, las importaciones argentinas se demoran o disminuyen, lo cual impacta en el proceso de crecimiento local, y a su vez, impacta en el proceso de producción en Brasil, que es quien produce y vende esas autopartes.

Ahora, imaginate que nosotros reemplacemos este sistema por un sistema de crédito en el cual no hay movimiento de dólares. El importador brasilero le compra harina a la argentina, y en vez de transferir un millón de dólares, lo que hace es escribir en una especie de cuaderno, de hoja contable: “Argentina, dos puntos, crédito de un millón de dólares, a favor”. No se movió un dólar. No hubo movimiento de divisas. Se anotó un crédito a favor de Argentina. Acto seguido, Argentina hace lo propio comprando autopartes, y ahora Brasil tiene un crédito de un millón doscientos mil dólares. El comercio sigue. Circulan bienes y servicios sin movimiento de divisas, hasta que en un momento se produce un saldo. Un país tiene tantos saldos a favor que se cancelan con todos los saldos en contra. El resultado es que, por ejemplo, Argentina tiene un saldo neto negativo de dos millones de dólares. Y es recién en ese momento cuando se efectuaría la transferencia por los dos millones.

Ahora bien, ¿En qué puede ayudar la propuesta del “MoC SUR”? Bueno, el SUR puede ser una unidad de cuenta en la cual se materialicen estas transacciones sin una moneda física, es decir que no implique un medio de pago. En primera instancia, solo es una unidad de cuenta en la cual se listan las transacciones. Además, esto implicaría definir tipos de cambio equivalentes tanto del peso contra el SUR como del real contra el SUR. ¿Eso qué va a hacer? Va a incentivar el comercio de cada país. Esto resulta llamativo para un país con bajas reservas como Argentina y otro que es una potencia industrial que tiene su principal socio comercial con un limitado nivel de divisas. Si esto se extendiera en el Mercosur, podría impulsar el crecimiento para todos los países que lo integran, porque se dinamizaría el comercio y sentaría las bases de una profundización de la integración económica en el marco de acuerdos comerciales que se vislumbran cada vez con más intensidad.

Por ende, la integración del peso contra el SUR y el real contra el SUR puede ser un elemento interesante para permitir ganar márgenes de soberanía, puesto que incluye la integración de soberanías con más afinidad y con más certeza.

– Volviendo a lo anterior y quizás con intenciones de redondear el concepto, ¿qué perjuicios acarrearía el hecho de utilizar esta moneda común como medio de cambio también, además de como unidades de cuenta?

Mirá, diría que eso sí conlleva fuertes restricciones en términos de política monetaria. Básicamente, restringiría muchísimo tus márgenes para hacer política monetaria. Porque tu política monetaria va a estar condicionada en relación al resto de las políticas monetarias, fundamentalmente a la política monetaria del país con productividad más alta. Es un proceso similar al de Europa y los países que tienen uniones monetarias.

Ahora bien, si fuera el primer paso de unidad de cuenta tendiendo hacia una eventual integración con políticas monetarias, es una propuesta interesante. Sin embargo, el riesgo para la Argentina es que se produzca una aceleración de las importaciones, aprovechando la posibilidad de la relajación del límite que impone hoy la falta de unidades monetarias. En ese sentido, tendríamos que tener de todas formas un control importante sobre qué se importa. Por otro lado, este eventual paso de integración en base a una unidad de cuenta con clearing no tendría que descuidar una gestión estratégica del comercio exterior pensando en impulsar un proceso de desarrollo.

– Mencionás la política monetaria y las restricciones que implica una integración más fuerte. ¿Qué papel cumplen los Bancos Centrales en este contexto?

Ahí quiero resaltar dos cosas. Una es que, justamente, estos procesos se negocian a nivel presidencial, a nivel de gobiernos, pero quienes los ejecutan son los bancos centrales. Y esto es interesante porque pone de manifiesto algo que en la literatura no suele ser tan visto, y es el rol de los bancos centrales como agentes de política exterior.

Hace muy poquito, junto a una colega, dirigimos una consultoría sobre el rol de los bancos centrales como agentes de la política exterior, que ponen en vinculación dos anaqueles de la biblioteca que no necesariamente dialogan entre sí. Por un lado, la literatura sobre finanzas y los bancos centrales, y por otro lado, la literatura sobre política exterior, que suele hacer hincapié en la transacción. La política exterior es más que la historia de las diplomacias. Hay actores en los bancos centrales que “hacen políticas” sobre la política exterior. Así que, por un lado, los bancos centrales tienen esa tarea, cumplen un rol clave y muestran el cruce entre dos campos. Este cruce entre dos campos es uno de los temas que estamos viendo en la economía crítica nacional.

El otro punto es pensar en las instituciones que participan. Hay una iniciativa que podría complementar esto. Hoy Brasil, México, Chile y Perú tienen invertidos 33.000 millones de dólares de sus reservas en el FMI asignados a diferentes líneas de crédito de emergencia complementarias. Es decir, es el excedente de sus reservas invertido en el FMI o asignado al FMI. Estos países podrían acordar una eventual creación de un fondo, de una línea de crédito, para esas reservas invertidas en el fondo monetario, que otorgue financiamiento a países de la región como Argentina, o puede otorgar garantías para que esta unidad de cuenta tenga una fortaleza mayor. Que se pueda generar crédito en base a esas garantías que son las reservas invertidas en el FMI. Si se piensa cuál sería el socio comercial para emitir garantías, para reforzar el comercio, esta moneda de cuenta, ahí tenemos una potencial alternativa que son recursos que no están siendo utilizados.

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